domingo, 3 de mayo de 2009

I PARTE - DIOS LO QUISO

Tucumán, Enero a Diciembre de 1975

por el General Adel Edgardo Vilas




Zona de Emergencia o Zona de Operaciones

Olvidé referir la distinción capital hallable entre zona de emergencia y zona de operaciones, por cuanto en el Decreto firmado por el Poder Ejecutivo Nacional se me nombraba Comandante de una Zona de Operaciones restringida a un sector de la provincia de Tucumán.



Esto entorpecía sobremanera mi labor -como la de cualquier Jefe militar al cual le hubiese correspondido asumir el mando de la Vta Brigada- por cuanto el poder político quedaba en manos del partido gobernante y sujeto, como se comprenderá, al cumplimiento de su plataforma demagógica.


Si el justicialismo hubiese deseado verdaderamente la extirpación del cáncer marxista y los mandos del Ejército, en vez de perderse en vanas disquisiciones sobre el "profesionalismo integrado", hubiesen intervenido ante la Presidencia exigiendo se declarase a Tucumán Zona de Emergencia, como lo exigían los graves sucesos que se habían sucedido desde un año atrás, otra habría sido la historia del "Operativo Independencia".


Pero el Peronismo temía que las Fuerzas Armadas se les escaparan de las manos, y el Ejército, de su lado, no se atrevía a dar un paso que lo hubiese situado en caso de no acceder Isabel Perón y su entorno a las demandas planteadas, al filo del Golpe de Estado.


Aunque resulte fatigoso es necesario puntualizar la diferencia predicha.

En la Ley de Defensa Nacional -Ley 16.970- se establece que "en caso de conmoción interior - y vaya si existía- originada por personas, podrá recurrirse al empleo de las Fuerzas Armadas para restablecer el orden".


Para ello aquellas zonas o lugares especialmente afectados podrán declararse zonas de emergencia a órdenes de autoridad militar, a los efectos de lograr la imprescindible coordinación de todos los esfuerzos.


La ley entiende por "conmoción interior originada por la acción de personas", una situación de hecho, de carácter interno, provocada por el empleo de la violencia, que ponga en peligro la vida y bienes de la población, afectando, también, el orden, el ejercicio de las autoridades normales de una zona del país y la seguridad nacional, siendo de una magnitud tal que, las fuerzas provinciales, efectivos de la policía y distintos medios sanitarios, educacionales, jurídicos, etc., que en su conjunto constituyen en el poder provincial, resulten impotentes para dominarla.


Si la circunstancia se presenta así, entonces la ley contempla la intervención de las autoridades y los medios nacionales para devolver a esa zona su perdido quicio.

En el artículo 39 de la referida ley se lee:

"La Zona de Emergencia se Declara por Decreto, el cual contendrá:


1) los límites de la zona.

2) La autoridad militar superior de la zona.

3) Las fuerzas asignadas.

4) si la gravedad de la situación lo aconsejara, la atribución de dictar bandos".


Finalmente, en el artículo 40, afirmase que la autoridad militar de la zona de emergencia dependerá siempre del Presidente de la Nación, a través de la Junta de Comandantes en Jefes. Por su parte, el Reglamento Reservado RC-2-3 en su No. 1006 define que la zona de emergencia es la parte del territorio nacional que el Presidente de la República coloca, en caso de conmoción interior, a órdenes de una autoridad castrense para el ejercicio del gobierno militar.


En sus características básicas puede ser considerado, por analogía, con un teatro de operaciones. La zona de emergencia tendrá por misión el rápido restablecimiento de la normalidad en un área determinada, eliminando, mediante un eficiente gobierno militar, las causas y/o efectos que la alteraron.


Las dimensiones de la citada zona, según los manuales y códigos militares, puede oscilar desde una fracción pequeña del territorio nacional hasta un par de provincias, o más, si las circunstancias lo exigiesen y la gravedad de los acontecimientos -que no tienen porqué ser de índole subversivo, como se comprenderá- lo hiciesen imprescindible.


Por regla general, la zona referida deberá coincidir con divisiones políticas o administrativas, a fin de facilitar la tarea del Jefe militar, el cual tendrá a su cargo los efectivos que requiera la misión.


Teniendo en cuenta que las fuerzas dependerían del grado de conmoción, de su magnitud y, asimismo, de las características geográficas, el número exacto de tropas es imposible de eliminar a priori.


Lo que queda claro es la transitoriedad de toda zona de emergencia, pues aún cuando el decreto pertinente no establezca un límite de tiempo -hacerlo sería imposible- se sobreentiende que deberá prolongarse el tiempo estrictamente necesario como para resolver la anomalía que haya motivado su vigencia.


De lo antes citado se sigue que la instauración de semejante medida no podrá ser nunca contemplada cual preventiva, sino como una respuesta a un peligro inminente o a una situación de hecho.


Pero se sigue también, sin necesidad de forzar la realidad ni los reglamentos pertinentes, que todo lo prescripto encuadraba perfectamente en la situación del norte argentino.


Se imponía, pues, declarar a Tucumán y determinados territorios de las provincias lindantes zonas de emergencia.


Sin embargo, los compromisos políticos de los partidos y el temor a un ejército que dispusiese del control absoluto del territorio, pudieron más que el interés nacional.


Si se hubiera procedido así, dejando en manos del comandante de la zona todos lo poderes, y no como se hizo, el "Operativo Independencia" habría concluído mucho antes.


Encarado en la forma que fue, militarmente yo debía restringirme a un estrecho sector del sur tucumano, debiendo, además, compatibilizar mis funciones con las del gobernador.La subversión se hallaba enquistada en todos los organismos del país y, no obstante, se me ordenaba combatir a su brazo armado -la guerrilla- en una franja territorial que iba desde el Río Colorado en el norte hasta el Río Pueblo Viejo en el sur, y cuya profundidad, de casi 35 kilómetros, estaba dada por la distancia que media entre el Mollar y Tafí del Valle.


una broma pesada o una traición, pero lo cierto era que el territorio operativo no trascendía los límites arriba expuestos.


Mi intención, de allí en más, fue la de suplantar, aún utilizando métodos que me estuvieron vedados, la autoridad política de la provincia de Tucumán, tratando de superar, aunando los esfuerzos civiles y militares, el brote guerrillero marxista que tenía en vilo a los tucumanos y amenazaba expandirse a otras provincias.


Si bien mi tarea no era reemplazar a las autoridades, pronto me dí cuenta que, de atenerme al reglamento manteniéndome en el mismo plano que el gobernador, el operativo concluiría en un desastre.


La naturaleza de la guerra subversiva, que abarca todos los sectores de la sociedad, exigía un mando único y coherente, posibilidad que era remota dada la diferente formación y opuesto criterio de las Fuerzas Armadas y los partidos políticos.


Si yo me limitaba a ordenar, entrenar y comandar mis tropas, descuidando esferas que en el papel no me correspondía atender (en anexos 1, 2, 3 y 4 al final del capítulo) -la esfera gremial, empresaria, universitaria, social, etc.- el enemigo seguiría teniendo los "santuarios de que disponía hasta el momento.


Limitarme a la resolución de los problemas estrictamente castrenses, sin aspirar, siquiera en forma indirecta, a resolver materias críticas que no se hallasen estrechamente vinculadas a la esfera militar, hubiese constituído un sinsentido, ya que, a los efectos de establecer y asegurar la continuidad y permanencia en los planos ejecutivos del "Operativo Independencia", se hacía imprescindible invadir campos de acción reservados al gobierno provincial e incluso, el nacional.

Reunión en el más alto nivel

El 30 de diciembre del 74, en Metán (Pcia. Salta) llevóse a cabo una reunión de la que participaron representantes de todas las organizaciones subversivas del país.



La misma hubo de realizarse en la finca de Risso Patrón, previa concentración de los participantes -para el traslado hacia dicha finca- en la estación de servicio de Metán, que se encuentra sobre ruta nro. 9, se trataron los siguientes temas:


a) Operativo a realizarse en Tucumán mediante ocupación de algunas localidades (Famaillá, Lules y Acheral) con el objetivo de distraer las fuerzas de seguridad del Ejército y desguarnecer el R . I . 19, el Departamento Central de Policía y la Cárcel Penitenciaria.

b) Concretada la ocupación del Departamento Central y Cárcel, proceder a la liberación de los detenidos pertenecientes al ERP, FAR y Montoneros.

c) La fecha y señal de reconocimiento, como así los planos para el operativo serían indicados próximamente.

d) Asimismo, se dispuso que antes del 20 de enero del 75 debían ser "ajusticiados" el Jefe de la Br. de Investigaciones y el Oficial Bulacio.

e) Por otra parte, se trataría de ubicar a un "Tte. Cnel." alto y delgado, que fuera visto en los procedimientos antisubversivos.

f) Se hizo escuchar un saludo del Ex-Presidente Cámpora "instando a proseguir la lucha armada"(?) este discurso fue traído desde México.


El 4 de enero del 75, un grupo calculado en aproximadamente 30 personas, incursionó en la localidad de León Rouges, (próximo al ingenio Santa Rosa, a 60 Kms. al sud de la (...) dedicándose a vender literatura de índole extremista a los pobladores del lugar.


Al intervenir la Policía, si bien confirmó la existencia del operativo, no fue dable obtener el material subversivo por cuanto este había sido destruído por los adquirentes.


Posteriores averiguaciones permitieron determinar que el grupo incursionaba desde el lugar denominado "YACUCHINA", en donde se encontraban instalados, presuntamente en la finca denominada "HERNANDEZ", en las cercanías del Dique "Pueblo Viejo".


Desde allí se trasladaban en vehículos hasta las márgenes del Río Pueblo Viejo, el que por su escaso caudal puede ser vadeado y llegar a Ibatin, transitado de oeste a este hasta topar con León Rouges.


A los efectos de verificar lo procedentemente consignado, el titular de la comisaría de León Rouges, con colaboración de un vecino que facilitó su automóvil, se constituyó en las inmediaciones del Río Las Vacas a la altura de Finca "LACHULCA" y en circunstancias que marchaban en el vehículo a escasa velocidad, por lo accidentado del terreno, en forma imprevista les fue interceptado el paso por tres individuos jóvenes, de regular estatura, que vestían uniforme de fajina, color verde, usaban barba y cabello largo, armados con ametralladoras.


Se aproximaron por el costado del vehículo y los interrogaron sobre los motivos de la presencia en el lugar. Al responderles que se debía a la práctica de la pesca, uno de ellos, con tonada "rosarina", les ordenó no continuar más adelante por cuanto el lugar estaba ocupado por los "Montoneros".


Finalmente, una semana más tarde el ERP tomó Potrero de las tablas, incendió la subcomisaría allí existente, procedió a asesinar a EliseoPascual Cardozo, que había servido de baqueano en operativos del Ejército y antes de retirarse arengó a la población instándola a plegarse al movimiento.

Primera visión de Tucumán

Habiéndome interiorizado de los operativos anteriores, me dispuse a cumplir los trabajos más difíciles:



1) cambiar la mentalidad de los cuadros, preparándolos para una guerra donde se actuaría sobre causas y efectos, empleando métodos no convencionales de lucha.

2) formar a una minoría civil selecta, consubstanciada con las ideas directrices del "operativo", para que, a su vez, ella actuase en la ciudad apoyando al Ejército.


Ningún Ejército, por efectivo que sea, puede erigirse airoso en una guerra de esta naturaleza si carece del apoyo de la población.


La minoría cívica antedicha tendría, pues, la responsabilidad de captar a la masa de la provincia para que colaborase con mis tropas.


En apariencia, el desafío que se me presentaba no era del todo difícil de sortear si nos atenemos al vuelco que han dado los acontecimientos y las ideas respecto del fenómeno subversivo desde entonces hasta ahora; pero en 1975 no se trataba de realizar una redada o una acción represiva.


Se trataba de un operativo militar como el país jamás había visto, frente a un enemigo, perfectamente entrenado y concientizado, que trabajaba sobre el terreno desde hacía, aproximadamente, seis o siete años.


Por tanto, debía yo reunir al cuerpo en jefes, oficiales e, incluso, en determinadas oportunidades, de suboficiales, para plantearles el panorama de la guerra subversiva tal cual se me aparecía.


Reconozco, y lo digo con orgullo, que desde antiguo venía prestando atención a los trabajos sobre el particular editados en Francia -y traducidos en la Argentina o España- debidos a oficiales de la OAS y el ejército francés que luchó en Indochina y Argelia.


En base a la experiencia recogida a través de estos clásicos del tema y el análisis de la situación Argentina, comencé a impartir órdenes, tratando, siempre, de preparar a mis subordinados.


Porque, claro, muchas veces, las órdenes recibidas no se correspondían con lo que durante años habíamos aprendido en el Colegio Militar y la Escuela Superior de Guerra.


Demás está decir que no creía en la posibilidad de los traumas psíquicos o los trastornos emocionales, pero determinadas misiones más siendo la primera vez que debían cumplirlas resultaban difíciles de asumir y llevar a cabo.


Por eso se hacía imprescindible reflexionar en voz alta acerca de la génesis y fin de la empresa marxista en la Argentina.


Producto de un connubio entre políticos, intelectuales y guerrilleros, cuyas ideas adolecen de un trasfondo falaz, trasnochado y disolvente, la subversión hubo de enancarse sobre el caballo tanto de los gobiernos civiles como de los gobiernos militares, buscando repetir en las tierras del Plata la "gesta" cubana o vietnamita.


Pretextando defender a la nación, pero solapadamente socavando sus traiciones, tradiciones el marxismo aprovechó la ceguera o la traición, según los casos para poner a punto un aparato que se materializaba en dos frentes: la acción psicológica y el terrorismo.


Dentro del primero coparon la Universidad, solventaron innúmeras casas editoriales, se adueñaron de los centros culturales y lanzaron al mercado toda clase de revistas -no sólo políticas sino cómicas, artísticas, femeninas, etc.- con las que lograron influir sobre la población de una forma asombrosa.


Si a eso le agregamos la complicidad de los partidos políticos, sólo interesados en mantener el sistema aún a costa del país y del partido gobernante, podrá comprenderse la dimensión del problema.


Tucumán, como traté de explicarles a mis hombres, era sólo uno de los objetivos de la subversión. La elección, demás está decirlo, no fué caprichosa.


Toda la zona de montañas que recorre la frontera oeste de la provincia presenta características geográficas apropiadas para operaciones de guerrilla.


Se trata de un área cubierta por tupidos montes, prácticamente imposible de transitar transversalmente.


En el otoño, las frecuentes nieblas, lloviznas y lluvias dificultan la visibilidad para todo tipo de operaciones.


En la parte Este de las montañas y a lo largo de la ruta Nro. 38, se alinean una cantidad de ciudades y localidades menores, surgidas en torno a la industria azucarera, que constituyen, en conjunto, una zona potencialmente conflictiva y proclive, por tanto, a cualquier tipo de exteriorizaciones violentas.


Donde termina el monte comienzan los cañaverales, sin solución de continuidad.


Además, la parte boscosa-montañosa continúa hacia el norte y se conecta con el monte salteño donde operara en 1963 el Ejército Guerrillero del Pueblo, comandado por el periodista Jorge Ricardo Massetti.


A diferencia de los llamados comandantes Massetti y Hermes, del "Uturunco" y del foco localizado en Taco Ralo, el ERP no hubo de lanzarse a una acción suicida.


Realizó un plan pormenorizado en donde los tres elementos fundamentales -territorio, medios y hombres- fueron cuidadosamente seleccionados.


La guerra subversiva consiste esencialmente en un conflicto -no sólo ni necesariamente armado, que fué lo más difícil de comprender por muchos mandos del Ejército- cuya finalidad es la conquista del Estado.


Siendo el objetivo último de carácter político, el marxismo intenta consolidarse a través de la coincidencia de sus aspiraciones con las del pueblo.


De aquí la necesidad de revertir esta estrategia con una estrategia contraria, que centrase su prédica en una mancomunión del pueblo y el Ejército sin demagogias ni dobleces de ningún tipo.


Resultando ésta una guerra sucia, de desgaste, una guerra tenebrosa y solapada, sin límites de tiempo, que se gana con decisión y cálculo, la ayuda de la población civil es imprescindible.


Todo intento de querer prescindir de ella, tratando de encasillarse en la autonomía militar, está condenada al fracaso.


Yo había visto jugarse, en distintas publicaciones, en las aulas universitarias, en locales públicos y hasta en la solemnidad de los templos, a hombres que, sin custodia ni mayor defensa personal, enfrentaron en condiciones desiguales a los detractores del ser Argentino.


Esta cabal demostración de coraje deseaba aunarla al coraje militar para que, fusionados y trabajando en aras de los mismos ideales y objetivos, alcanzásemos el triunfo en el norte.


Como dije antes, y aún sabiendo que sobre mi cabeza lloverían críticas de toda índole, entre las cuales la primera sería la de mi "peronismo", me entregué de lleno a establecer un acabado contacto entre la brigada y el pueblo tucumano.


Este contacto no residía tan solo en acortar distancias mediante reuniones con las diferentes fuerzas comunitarias, sino, también, de ordenar la vida societaria, devolviéndole su perdido orden.


A tal grado había llegado la confusión y el prejuicio político que el ejército, incapaz hasta el momento de diferenciar a la guerrilla de la subversión, y, a su vez, incapaz de separar a los guerrilleros del pueblo, debía aislarse, con las consecuencias fatales que ello suponía.


Merced a un encaprichamiento ideológico, ajeno, por supuesto, a la realidad de las cosas, los responsables del poder político se empecinaban en negar la existencia subversiva en gremios, universidades, partidos políticos, colegios, iglesias y -seamos justos- en las Fuerzas Armadas.


Llegar y darme cuenta que la inteligencia del marco interno era absolutamente equivocada, fue todo uno.


Lo principio porque ni se tenía cabal conciencia de la antinomia amigo-enemigo -clave de toda guerra e, incluso, de toda política-, ni se acertaba a establecer cuál era el enemigo principal y el aspecto principal del enemigo.


Se pensaba que la subversión -a la cual, como quedó dicho, nadie parecía distinguirla de la guerrilla- se hallaba anidada en las clases más humildes, con lo cual se veía reforzada la dialéctica comunista de la lucha de clases.


Efectivamente, algunos de los reclutados por la "Compañía de Monte Ramón Rosa Giménez" eran cañeros, pero lo que no se decía era que en términos generales, de entre ellos, los más habían abrazado la causa marxista debido a su desesperante estado económico. Con todo, el elemento proletario eran cuadros del ERP, siendo sus integrantes, jefes y combatientes, principalmente de clase media y media alta.


La pobreza era sólo una de las condiciones; la ideología concientizadora, en cambio, era la verdadera causa. Allí estaban los colegios y las universidades, los sindicatos y las parroquias trabajadas, desde antiguo, por la acción psicológica del marxismo y sus agentes.


A mi llegada, Tucumán estaba pintado de cabo a rabo por leyendas donde se proclamaban las banderas del marxismo leninismo, oponiéndolo a un ejército calificado de "torturador", "asesino" y "fascista".


Pero no sólo eso.


El sacerdocio tercermundista predicaba a voz en cuello la necesidad de una revolución socialista, que según sus propugnadores era acorde con el mensaje evangélico de Nuestro Señor Jesucristo, mientras la corrupción de la "ortodoxia" gremial aherrojaba al hombre de trabajo dando pie así al surgimiento de los gremios "combativos".


De los claustros mejor ni hablar.


Allí, precisamente, residía la plana mayor de la subversión, pero no se podía entrar so pena de vulnerar la fementida "autonomía", que, en la práctica, sólo servía para encubrir actividades contrarias a la soberanía nacional.


Finalmente, la justicia, intimada, hacía ojos ciegos, limitándose a repetir, dos mil años después, el lavado de manos que hiciera famoso a Poncio Pilatos.

Acondicionamiento cultural y psicopolítico de la guerra moderna

La Universidad del Noroeste, con sede en San Miguel de Tucumán, es la más importante de cuantas se hallan al Norte de Córdoba, girando en torno a ella la vida cultural que existe en la zona.



Esta realidad no escapó por supuesto a la subversión que desde el año 1955 se instaló en los claustros tucumanos para preparar la insurrección.


A quien se le escape la esencia de la guerra de guerrillas, el juicio anterior podría parecerle exagerado; pero lo cierto es que con la entrega de la Universidad a una católico "bienpensante", la "Revolución libertadora" incentivaría, de manera asombrosa, la infiltración que se venía gestando desde la nefasta "Reforma".


Transcurridos los tres años de Frondizi y el bienio radical, cuyas taras en materia de educación no necesitaban apuntarse aquí, en 1966 las Fuerzas Armadas retoman el poder para dejarlo de ejercer en el campo de la cultura.


Así, desde la "noche de los bastones largos", que sólo sirvió como argumento de peso para la propaganda bolchevique, hasta el 25 de mayo de 1973, las altas casas de estudio fueron, como nunca, las principales centrales ideológicas de la guerrilla en ciernes.


Es también a partir de 1966 que hace su aparición en los claustros del tercermundismo, luego proyectado hacia la Universidad del Salvador, donde los jesuítas, ya de vuelta de la ortodoxia que los había hecho célebres custodios de la catolicidad, le dieron inmejorable acogida.


En Tucumán, en Córdoba o en la Universidad del Sur, que al fin y al cabo, en forma más o menos virulenta, siguen los pasos de Buenos Aires, el proceso de infiltración es igual.


A las aulas del noroeste viajaba a dar clases, conferencias y cursillos especiales lo más granado de la intelectualidad marxista argentina y, ocasionalmente, extranjera, supuesto que se encontrase en el país.


De esta forma se concientizaba las mentes a los efectos de desenvolver, en el transcurso de los años, una estrategia subversiva que recién hacia 1973, con el triunfo del peronismo, daría sus frutos.


Mientras en las facultades de ciencias sociales -sociología, economía, psicología- el marxismo desenvolvía con plena libertad su mentalización contraria a las tradiciones de la Nación, en la facultad de antropología, por ejemplo, que tenía un presupuesto para el relevamiento topográfico de la zona, en vez de investigar el terreno en busca de material científico, se realizaban viajes a los parajes selváticos con la intención de hacer mapas para la guerrilla.


Era claro, pues, que la guerra desarrollada por el comunismo consistía en una verdadera "guerra de almas" con psicotécnicas para el dominio de los cerebros; una guerra llevada a cabo de manera arrítmica, polifacética, flexible y con movilidad excepcional.


La psicopolítica constituye la expresión más refinada para el logro de su objetivo en el dominio de la población, es decir, para la conquista de las mentes de estudiantes, obreros, amas de casa, profesionales y, aún, militares.


Bien vista, la psicopolítica excedía en Tucumán el desarrollo de las técnicas constructivas -intimidación, desmoralización- y de las destructivas -control de la población, organización del aparato subversivo, etc.- a través de otras medidas especiales en las que se combina la ideología con las psicotécnicas, revelando, así, una nueva faceta en esta lucha.


Cuando en Tucumán nos pusimos a investigar las causas y efectos de la subversión llegamos a dos conclusiones ineludibles:


1) que entre otras causas, la cultura es verdaderamente motriz.


La guerra a la cual nos veíamos enfrentados era una guerra eminentemente cultural.


2) que existía una perfecta continuidad entre la ideología marxista y la práctica subversiva, sea en su faceta militar armada, sea en la religiosa, institucional, educacional o económica.


Por eso a la subversión había que herirla de muerte en lo más profundo, en su esencia, en su estructura, o sea, en su fundamento ideológico.


Como esa tarea me resultaba imposible, ya que, no sólo carecía de poder político, sinó que, además, semejante tarea era del todo impensable cuando el gobierno insistía en contraponer a la cosmovisión marxista las veinte verdades del General Perón, decidí dar el único paso a mi alcance, una vez comprendida la naturaleza del asunto:


limpiar las distintas facultades.


No pudiendo reemplazar como hubiese deseado al elenco de profesores y los planes de estudio, me tocaba iniciar una operación quirúrgica que, al menos, le permitiría a un futuro gobierno revolucionario trabajar sobre bases seguras.


Si no despertábamos a tiempo, si aceptábamos que todos los resortes públicos y privados fuesen dominados progresivamente por la estructura que el marxismo montaba en los claustros, si tolerábamos que el ámbito gremial, religioso, educacional, económico y político estuviesen regidos, sino por hombres, por ideas emanadas del veneno marxista, si seguíamos permitiendo que los medios de difusión masivos resultasen voceros concientes o inconcientes del proceso de marxistización de la sociedad y al propio tiempo, permitíamos la proliferación de elementos disolventes -psicoanalistas, psiquiatras, freudianos, etc. soliviantando las conciencias y poniendo en tela de juicio las raíces familiares, estábamos vencidos.


De nada valía comandar tropas en la selva, mientras no tuviéramos claro el problema psicopolítico.


Aunque las fuerzas a mi mando obtuviesen relevantes victorias en el campo armado, la guerra permanecería en un eterno empate -empate favorable al enemigo- si al ERP no lo enfrentábamos y neutralizábamos en sus verdaderas causas.


Siendo la guerra revolucionaria un arte en donde todo está en ejecución y donde es necesario prestar atención al tiempo disponible, no basta con ejecutar las operaciones conforme a los planos elaborados previamente, si no se lo realiza a tiempo. La reflexión que cabía hacer en Tucumán, al momento de llegar, era que ningún éxito había coronado las acciones de las fuerzas legales y que, como agravante, el enemigo llevaba gran ventaja en el campo psicopolítico.


De aquí que la Universidad, o era devuelta a su quicio o continuaría siendo la principal punta de lanza de la estrategia del ERP.


El problema fundamental, pues, habiendo desestimado, por las razones antes expuestas, el recambio de profesores y planes, era la destrucción física de quienes utilizasen los claustros para encubrir acciones subversivas.


De ahí en más, todo profesor o alumno que demostrase estar enrolado en la causa marxista fue considerado subversivo, y, cual no podía ser de manera distinta, sobre él cayeron las sanciones militares de rigor.


Hice jugar hasta sus últimas consecuencias la dialéctica del amigo-enemigo tratando a unos y a otros según su disposición.


Por eso, mientras apoyé fervientemente al clero ortodoxo -recibí del mismo adhesión incondicional-, que hizo extensivo a la Universidad Católica "Santo Tomás de Aquino", me opuse y combatí a todos aquellos que se sirvieron de sus sotanas, cargos o apellidos para apoyar al ERP.


Haciendo caso omiso a órdenes conforme a las cuales mi acción debía estar encaminada a combatir el brote guerrillero en la zona selvática, creí conveniente darle a la acción militar su importancia y a la política la suya.


Esto no quiere decir que yo hiciese política en el sentido convencional que al término se le ha dado en la Argentina.


Todo lo contrario. Significaba, tan solo, que si la ofensiva del enemigo se encontraba favorecida por el anacronismo o la complicidad de distintos dirigentes partidarios, gremiales y universitarios -sin olvidar a la plutocracia, por cierto- yo no iba a confundir la guerra con el ruido de las armas.


Los conductores -y perdóneseme que trate de explicarlo en este tono- deben tener muy en cuenta que el lado débil de la resistencia a la guerra subversiva está en el frente político-cultural, y que éste, con sus electoraleros profesionales y sus profesionales de la concientización, pueden entregar el triunfo al enemigo sin siquiera percibirlo.


Paralizados por intereses bastardos, hábitos viciosos, temores, prejuicios o mitos ideológicos que obnubilan sus mentes y anulan sus voluntades, los artífices de la democracia habían estampado su firma en la desincriminación masiva del día 25 de mayo.


El ejemplo, que no admite dudas ni disculpas, lo he traído a los efectos de no caer en el olvido ni absolver a los culpables de su responsabilidad:


la partidocracia, sin distingos ni menciones que valgan la pena, fue una de las culpables del auge subversivo en la Argentina.


Bien es verdad que la orden para dar inicio al "Operativo Independencia" debióse al Poder Ejecutivo Nacional, pero ésto, siendo así, en nada atempera su culpa.


Cuando la subversión puso en peligro al partido gobernante y al sistema, recién entonces, rebasados los esfuerzos por circunscribir la subversión armada al campo policial, el peronismo se decidió a dar el visto bueno.


Digo ésto, porque es hora de acabar con los mitos y aclarar verdades.


No sólo Cámpora y sus montoneros fueron culpables del crecimiento marxista, luego de la incalificable puesta en libertad de los asesinos el día 25.


Previamente, Juan Domingo Perón había alentado las formaciones especiales --que desde entonces nunca más controlaría- y, con posterioridad, ya en el sillón de Rivadavia, había hecho a un lado el problema afirmando:


"Son delincuentes comunes, es trabajo de la policía".


Bien sabía Perón -en cuyas fórmulas alguna vez creí- al igual que Cámpora, Isabel Martínez y los partidos que el ERP y Montoneros crecían a la sombra de ellos.


Sin embargo, al negarle importancia y reducir la subversión a un epifenómeno de la miseria, cohonestraron sus planes.


El silencio o adhesión de Balbín, Manrique, Alsogaray, Sueldo, Allende, Perette, León, Alende, Abelardo Ramos, Lastiri, Robledo, Luder y tantos otros frente a los crímenes marxistas y la tristemente célebre "liberación" del 25, estaba revelando que en el país los partidos políticos habían sido ganados para la subversión.


Pero si eso era cierto, pareja culpabilidad les cabía a los generales con mando de tropa firmantes de los cinco puntos, quienes observaron, impertérritos, cómo las bandas descamisadas aque habían jurado exterminar, liberaban en sus propias narices a los asesinos de sus camaradas.


Por duro que parezca, los hechos no me dejan mentir, las responsabilidades, responsabilidades eran, y pocos en aquel entonces, aún conociendo los efectos de su defección, las asumieron como correspondía.


Que éste era el pensamiento de mi brigada lo revela una carta escrita a los pocos meses de haber comenzado el "Operativo" por un capitán, la cual, remitida desde el monte, causó en el Estado Mayor y en los ámbitos políticos una verdadera conmoción.


Carta de un oficial:


"Nosotros nos hemos hecho adultos sin la ayuda de nuestros jefes tradicionales. Nos hemos visto envueltos en campañas de las que ellos nada querían saber, y luchamos en los cañaverales donde nadie ha podido acompañarnos.
Hemos sufrido mucho, y esto nos ha enseñado a reflexionar.
Hemos matado, visto morir a nuestro alrededor y corrido peligro de muerte, y esto nos ha llevado a buscar las causas de esta lucha y hacer la crítica correspondiente.
Algunos jefes no han caído en la cuenta de que la guerra anti-guerrillera no es sino la política que se implanta a nivel del jefe de grupo o del soldado conscripto. Nos entristecemos de que nuestro pueblo nos haya tenido largo tiempo en el olvido y que aún nos tenga, porque no sabe que la guerrilla ha incrementado sus efectivos en la zona de contacto a 200 hombres, en el campamento intermedio a 70 guerrilleros y en la zona base a 30 guerrilleros.
No sabe que la guerrilla posee dos helicópteros que operan de noche y con niebla y que cumplen misiones de abastecimiento y de relevo de personal.
No sabe que prepara la insurrección local con particular énfasis en la guerrilla urbana, la que será desatada durante un verano".
"La opinión pública no sabe que desde el 1º de julio de 1974 las bajas de las fuerzas de seguridad, en todo el país, aumentaron en 836%, y en 125% las bajas de las fuerzas armadas.
No sabe que se produce un secuestro cada cuatro o cinco días, que cada 17 horas hay una muerte de la propia fuerza (de las fuerzas armadas o de las de seguridad) y que cada 6 horas se perpetra un atentado".
"Hemos tropezado con todas las vallas, hemos caído en todas las trampas, y la cosa no ha terminado porque aún no llegamos a atacar el aparato político-administrativo, cuyas ramificaciones se avistan hasta en escalones del propio gobierno".
"No nos explicamos como ocurren ciertas cosas.
Leo, por ejemplo, que días atrás un cronista consultó al ministro Robledo y a su socio Vottero sobre cuál era la opinión de ambos en cuanto a la intervención obligada de soldados conscriptos en la lucha antisubversiva.
El doctor Robledo se lavó las manos respondiendo que se trataba de un problema complejo y que no existía una teoría precisa sobre la cuestión.
"Por su parte, el improvisado Vottero consideró que no se hallaba bien determinado si correspondía o no esa intervención de conscriptos, pero que de todos modos la actuación de soldados en el frente de lucha contra la guerrilla era escasa.
La cáscara tal vez había cambiado de color, pero no el interior del fruto.
Los Oficiales del Ejército no olvidamos quiénes son los que alentaron la guerrilla; no nos olvidamos de los que armaron a los Uturuncos, de los que utilizaron a los Montos, al FAP, al COR, y entonces nos sorprende que un ministro de Defensa y el actual desconozcan a los soldados conscriptos muertos en acción y a los héroes de Manchalá, donde 8 soldados y 2 suboficiales derrotaron a una columna de 60 guerrilleros y les infligieron 14 bajas.
"Nuestras fuerzas no pueden tener como ministro de Defensa a improvisados, a viejos de otro tiempo o a elementos cavernícolas, incapaces de comprender las nuevas faces de la guerra antisubversiva.
"El nuevo Ministro, al que habrán elegido entre elementos refractarios al Ejército, tratará de interferir estrechamente, y entregado a la política partidista de abandono, terminará ayudando directa o indirectamente a sus antiguos aliados, poniendo, por ejemplo, en libertad a los inocentes entre comillas.
Uno se reconforta sólo mirando a su alrededor y viendo cuál es el desprecio de los camaradas por todo lo que toca de cerca o de lejos al régimen.
El partido gobernante se aferra sobre todo a la apariencia del poder más que al poder mismo, y así va perdiendo de a pedazos su reputación.
No sufrimos por eso.
Sufrimos porque la Argentina teme todo lo que podría sacarla de su sueño, porque este chaparrón de violencia y de sangre no logra hacerle abrir los ojos".
Así terminó su carta el joven Oficial.



No se puede agregar sino que esta historia parece hecha más que de equivocaciones, de situaciones confusas, de indecisión en los fuertes, de audacia en los tímidos.


Así quedará seguramente hasta el día en que lleguen los historiadores y pongan todo en orden.

Mi relación con el Ministerio de Bienestar Social

Porqué en este relato del contacto que mantuve con los diferentes sectores comunitarios introduzco el tema de Bienestar Social, se preguntarán muchos.



Sencillamente, porque José López Rega no podía ser ajeno a lo que estaba a punto de iniciarse en Tucumán, y, como buen válido, decidió tomar parte en el asunto, de forma tal que si el éxito coronaba la empresa su nombre no estuviese ausente de la gesta.


La suya era una de esas maniobras políticas que, entre bambalinas, son dados a tejer todos los hombres con alguna ambición.


La realidad socioeconómica de la provincia dejaba bastante que desear y eso, claro está, entorpecía nuestros planes de paz social, beneficiando al propio tiempo los planes tácticos del enemigo.


Bienestar Social se decidió, pues, a apoyar a la provincia, para la cual el ministro decidió que el representante de su cartera en Tucumán se me presentase con el fin de escuchar los reclamos y necesidades de la brigada.


Ni bien le resalté cuales eran las prioridades, de acuerdo al análisis que había efectuado el cuerpo encargado de asuntos civiles, este señor dijo que tenía órdenes precisas de atender y resolver cualquier inconveniente relacionado con Bienestar Social de la Nación.


Aún cuando la crisis era mayúscula y semejante ayuda me resultaba vital, no quise entablar relación directa, soslayando la relación de comando directa que me unía al Tercer Cuerpo y al Comando General.


Entendí que las decisiones debían ser tomadas en la Capital, entre el Comandante en Jefe del Arma y el Ministerio de Defensa Nacional, pues yo, como Comandante de una zona de operaciones, no estaba facultado para tomar ese tipo de decisiones ni ninguna que se le pareciera.


Mas cuando involucraban a un ministro cuyo titular sobrellevaba el peso de acusaciones gravísimas, aparte, entre el representante de López Rega y la delegación de la provincia existía una de esas pujas tan corrientes dentro del peronismo.


Si bien el Comando del Tercer Cuerpo no entendió la importancia de los envíos que a partir del mes de febrero comenzó a hacer periódicamente Bienestar Social, pues supuso erróneamente, que eso y cohonestar las acciones de José López Rega era lo mismo, desde Buenos Aires al Comandante en Jefe del Ejército dió su visto bueno al proyecto.


Hubo de organizar, entonces, dentro de la propia brigada, un lugar para depositar, previo inventario, las mercancías y elementos varios que llegaban de Buenos Aires.


Los encargados del inventario -indispensable tratándose de entregas multimillonarias- fueron oficiales y suboficiales de intendencia, a quienes les dí expresas órdenes de informarme cualquier anormalidad en los envíos o cualquier duda que surgiese respecto de su relación con lo miembros del ministerio en cuestión.


Al Ministerio se le hacían conocer las necesidades y, de acuerdo a éstas, la Vta. Brigada y no Bienestar Social, repartía los alimentos, útiles escolares, frazadas y otros artículos en la zona de operaciones.


La fiscalización de las entregas, que eran hechas, según las circunstancias, en escuelas, sanatorios, hospitales, pueblos de campaña y villas de emergencia, correspondían a los oficiales de Intendencia previamente designados, razón por la cual ellos eran directamente responsables ante mí de su trabajo.


Al cabo de cuatro o cinco meses, logré que las dos partes encontradas -delegación provincial de Bienestar Social y representantes del Ministerio- acortaran distancias y llegaran a un acuerdo.


Pero ni bien solucioné este entuerto, pronto surgió otro, de más difícil resolución. Para colmo de males, siendo una versión canallesca, no estaba en mí deshacerla.


En resumidas cuentas sucedía esto: como nunca se canalizaron las entregas a través del régimen funcional logístico Ministerio de Bienestar Social al Comando General, en el Comando a la Jefatura 4, Logística, de ahí al Tercer Cuerpo con asiento en Córdoba y recién después de tamaño recorrido a la quinta brigada de Infantería corrió cual reguero de pólvora que el general Vilas andaba en tratos poco claros con el ministro y favorito de la Presidencia.


Desmontar semejante calumnia sería fácil si las calumnias hubiesen de desaparecer al no existir pruebas fundadas sobre el delito que se le achaca a una persona; pero no siendo así, de poco vale repetir que a López Rega lo ví en mi vida un par de veces.


Y si lo hice, fue cumpliendo órdenes estrictas de la superioridad que me ordenaba, para facilitar el expediente, tomar contacto con el mismísimo Ministro de Bienestar Social.


Nadie se acuerda en cambio, el celo que puse respecto de la contabilidad y la responsabilidad de las entregas efectuadas durante el "Operativo Independencia", pues nada me hubiese costado admitir la ingerencia del representante de López Rega allí donde no correspondía.


Sin embargo, sabiendo que la imagen del Ejército y el éxito de las armas nacionales estaba de por medio, en ningún momento y bajo ningún aspecto permití que la propaganda política del peronismo aprovechase la pobreza tucumana para ganar votos o especular con los bienes que se entregaban en forma gratuita.

Ni una sola huelga

Cuando todo parecía indicar que la Argentina marchaba aceleradamente, y sin advertir los riesgos del proceso, hacia un estado sindical, haber soslayado a los gremios, es decir, haberlos desatendido, hubiese sido demencial.


Y no sólo en razón de la predicha realidad, sino por la sencilla razón que el ERP trabajaba activamente en la CGT, en las comisiones internas de los principales ingenios y, de manera especial, en la FOTIA.Debía evitarse, sin por eso ceder un ápice en la autoridad, que los trabajadores tucumanos cayesen en las redes dialécticas del marxismo, el cual presentaba al ejército Argentino como un ejército opresor extranjero, llegado para matar, torturar y anegar en sangre cualquier reivindicación.


El trabajo era delicado ya que enfrente de los sindicatos "clasistas" que respondían a la órbita trotzquista, maoísta, guevarista o montonera, sólo existía la estructura de la llamada "burocracia", cuyos dirigentes, amparados tras los consabidos matones de turno y el Ministerio de Trabajo, eran verdaderos sátrapas intocables.


El derroche que hacían en público de bienes malhabidos, su prepotencia, el carácter fraudulento de sus candidaturas y, sobre todo, la asombrosa obsecuencia, los descalificaba moralmente, aunque, claro, seguían detectando el poder.


Conociendo sus falencias y sus virtudes porque no todos eran corruptos, los cité un sábado en la Casa de Gobierno y allí, frente a los representantes de 124 gremios les hablé claro.


En principio les hice ver mis limitaciones como Comandante de una zona de operaciones, pero enseguida demandé de ellos su colaboración, dejando en claro que, cualesquiera fuesen mis límites, no permitiría ningún tipo de insubordinación ni huelga que pusiese en peligro la armonía entre el capital y el trabajo.


Mientras hablaba, serena, pausadamente, como es costumbre en mí, veía que esos hombres me comprendían y comprendían el sentido que pretendía darle al "Operativo".


Ellos seguramente esperaban una alocución de tipo militar que les precisase cuáles serían las relaciones sindicatos-ejército; en cambio, escucharon palabras cargadas de respeto para con los obreros tucumanos, a los cuales sabía deseosos de colaborar, sin que ello significase ceder a la demagogia populista ambiente.


A tal punto asumieron su responsabilidad, que firmaron un documento en el que establecían su deseo de participar junto a las armas argentinas en tan trascendental acción, comprometiéndose, en su totalidad, a no perder una sola hora de trabajo mientras durase el "Operativo".


Además, se pusieron de acuerdo entre ellos, dejando por un momento de lado las desavenencias que separaban a la CGT de las 62 Organizaciones, para colaborar con la jefatura de Inteligencia de la Brigada.


Debo dejar constancia que las múltiples informaciones que recibí de los dirigentes y obreros me resultaron de capital importancia, pues el ERP se hallaba infiltrado en dichos sectores, aunque no había logrado contar con la participación masiva de éstos.


Asimismo y haciendo a un lado los modos arrabaleros característicos del peronismo, les aseguré que hasta donde me lo permitiese la investidura y función, no serían ajenos al interés de la Brigada los abusos o incumplimientos de los convenios firmados con los empresarios.


Como la reunión se llevó a cabo un día antes de comenzar las operaciones, al despedirlos uno a uno, personalmente, cerré la charla recordándoles que desde ese momento me atendría a los hechos.


Afortunadamente, la imagen real de orden que existía en Tucumán y el compromiso contraído hicieron que en todo momento los sindicatos apoyaran mi gestión.


Incluso, cuando el favorito López Rega cayó, merced al empuje de la Central Obrera y a su propia ineficiencia, la CGT, regional Tucumán, desconociendo una orden de Buenos Aires, no se plegó a la huelga general que decretaron Casildo Herreras y Lorenzo Miguel.


Como "nobleza obliga", leí detenidamente la Ley Azucarera y los convenios con el objeto de proyectar para el año 1975 una "zafra feliz" sin muertes, sin huelgas y sin injusticias sociales.


Comprendiendo que las operaciones, por distintos motivos, podían ocasionar una merma de zafreros, me valí de los sindicatos para organizar viajes de trabajadores catamarqueños y santiagueños a la zona de recolección, asegurándoles plenas garantías.


Previa selección de los mismos, lo cual era indispensable si se pretendía eliminar a los agentes subversivos infiltrados, Tucumán fué recibiendo y dando trabajo, a una masa que en todo momento estuvo a la altura de las circunstancias.


Tal es así que la zafra de 1975, al margen del logro operacional, fue una de las más abultadas de la historia del azúcar.


Me sería imposible negar que tomé contacto con la Aduana de Buenos Aires y, personalmente, me interesé por todos y cada uno de los problemas atinentes a maquinarias y medios que debían importarse y sin los cuales el éxito sería dificultoso.


De no haberlo hecho hubiese pagado caro tributo a un prejuicio absurdo en esos momentos, y por no ayudar con el peso de mi uniforme a industriales honestos, la zafra hubiese resultado un verdadero fracaso.


Ahora bien, si la parte sindical cumplió, también lo hizo la empresaria, demostrándose que cuando existe un poder arbitral fuerte, equidistante de unos y de otros, pero interesado en mancomunar los intereses de ambos, la armonía entre el capital y el trabajo es posible.


Hasta el momento de hacerme cargo de la Brigada, Tucumán era uno de los centros subversivos de mayor importancia en el país.


A la referida actividad que desplegaban los centros universitarios, donde las facciones dominantes respondían a las directivas de la guerrilla, se le agregaban los conflictos sociales, producto, por una parte, de las diferencias interperonistas, y, por la otra, de la estrategia sindical del ERP y Montoneros, interesados en reivindicar como lucha de los oprimidos contra los opresores a todos los paros, parciales o totales, habidos en la ciudad capital de la provincia y su zona de influencia.


Nadie acertaba a ponerse de acuerdo pues el gobierno, como sucedía en casi toda la República, ligado por múltiples compromisos a las partes en pugna, era siempre sobrepasado.


De Amado Juri, además, con el que tuve el peor de los tratos, nada podía esperarse. En mayo de 1973 había procedido a nombrar en altos cargos de su gobierno a conocidos miembros del peronismo montonero.


En 1975, pasada la euforia camporista, Juri, sin soltar las amarras de izquierda, trataba de quedar bien con Dios y con el diablo. Opté, entonces, por ignorarlo, desoyendo las críticas que hacía llegar al Ministerio del Interior y a la Presidencia referentes a mis extralimitaciones.


Porque, efectivamente, me extralimité una y otra vez, interviniendo ENTEL -de modo que pudiese controlar las comunicaciones- el Correo, la cárcel General Urquiza, dependiente de institutos Penales de la Nación, sin contar con la protección y control que mandé ejercer sobre los principales objetivos de la provincia:


Agua y Energía, Obras Sanitarias, Teléfonos, diques.


Así, el poder en Tucumán comenzó a ser cada día más bicéfalo, realidad que no se le escapaba al Señor Gobernador, el cual iba con sus quejas a los respectivos ministros del interior que se sucedieron entre febrero y diciembre de 1975.


A nadie se le escapaba la existencia de un gobierno paralelo sito en la Vta. Brigada; de donde muchos de los principales problemas de la provincia se trataban, formalmente en la Casa de Gobierno, y realmente ante mi presencia.


La cerrada oposición de Juri se vería más tarde reforzada por una actitud similar del Gobernador de Santiago del Estero, quien, a cambio de una "paz social" ficticia y suicida, permitían el reabastecimiento del ERP en su provincia.

El Ejército del Norte

Ya expliqué las razones que me llevaron a tomar contacto con los distintos sectores comunitarios. Pero el que la operación política subsumiese a la militar no suponía descuidar a esta última.



Al fin y al cabo yo era soldado y si bien comprendí que lo castrense de nada servía de no contar con la población, tampoco la sola civilidad, por muy unida que estuviese -y no lo estaba- podría detener al ERP.


Comencé eliminando francos, licencias, costumbres de paz, fiestas, vacaciones, es decir, todo aquello que conspirase contra el espíritu de combate que era mi intención insuflarle a los jefes, oficiales, suboficiales y soldados de la brigada.


Las órdenes estrictas que impartí, salvo para operar, unidas a la obligación de llevar puesto el uniforme en todo momento comenzaron a rendir pronto sus frutos.


Eran, si se quiere, medidas formales, pero cuando las formas son auténtica representación del fondo, cuando surgen de lo más íntimo y no ceden a la tentación de ser mero formalismo, cuando esto ocurre, las formas son parte esencial del hombre.


Vestir el uniforme, llevarlo en cuanta ocasión se le presentase a un soldado u oficial, era una manera de demostrar, y demostrarse el orgullo que sentíamos de pertenecer al ejército argentino.


La presencia de la brigada hasta el momento había sido nula.


Confinada a cuarteles de invierno por orden del Poder Ejecutivo; dedicada a quehaceres burocráticos que la esterilizaban, obediente de un sistema que había dado alas a la subversión, la Vta. brigada se mantuvo ajena, como el ejército en general, a la situación imperante.


La culpa no era de la institución, más nadie podía hacerle creer al pueblo tucumano que mientras el ERP quemaba estaciones de ferrocarril, arriaba la bandera nacional y hacía flamear la suya, controlaba las rutas demandando de los viajeros un "peaje" obligatorio, saciaba su sed de venganza en hombres honestos y ponía en peligro la seguridad nacional, el Ejército debía ser un simple espectador.


El sistema partidocrático, con el peronismo a la cabeza, insistía en subestimar la realidad subversiva, relegándola al campo delincuencial.


En rigor los partidos, la CGT, la CGE y demás grupos de presión y factores de poder sabían la dimensión del enemigo, sólo que preferían la concupiscencia del poder, de la influencia y de la alfombra colorada, a la seguridad nacional.


Eso explica la razón por la cual el ejército recién a comienzos de 1975 le fue ordenado a entrar en acción.


Y lo fue tras casi dos años en que primero se confraternizó con el enemigo "Operativo Dorrego" y más tarde se hizo ojos ciegos ante los peligros que se avecinaban.


Nuestras armas nunca habían entrado en guerra desde la Campaña del Paraguay y si en algunos casos, los menos, la mentalidad militar estaba adaptada a los requerimientos de la contrasubversión, en la gran mayoría los efectivos a mi cargo poco o nada era lo que sabían al respecto.


Lo principal, pues, era explicarles las razones últimas de nuestra misión.


No se trataba de salir al cruce del ERP con la intención de solucionarle un problema al justicialismo, sino de salvaguardar la soberanía patria en peligro.


Convencer a mis soldados de éstos no fue fácil ya que era opinión generalizada que el ejército venía a salvar la política suicida del partido gobernante.


Algunos jefes, incluso, opinaban que resultaría mejor abstenerse de intervenir porque de esta manera el peronismo debería resignarse a dejar el gobierno.


No percibían que su antiperonismo les enredaba en una estrategia peligrosísima, empeñándose en sostener una tesis que sólo el tiempo y la lucha hizo desaparecer.


Durante esos días -13 al 24 de enero- realicé el plan táctico de empleo de mis medios, contemplando la necesidad de esbozar un plan mínimo y otros que pronto hube de desenvolver contando, para el primero, con la tropa existente en Tucumán y para el segundo con los efectivos de toda la brigada.


El principal problema era que si distraía contingentes militares a fin de cubrir la zona de operaciones, desguarnecería el norte de la provincia e, incluso, otras provincias que me correspondían.

La Vta. Brigada estaba compuesta por las siguientes unidades:


Compañía de Comando y Servicio en San Miguel de Tucumán; Compañía de Comunicaciones, anexa a la brigada; Compañía de Arsenales 5, también en la ciudad capital el Regimiento semimotorizado 19; el Regimiento 28 de Infanteria de Monte, sito en Tartagal, que contaba con mulas; el Regimiento 20 de infantería de montaña, con mulas y el grupo de Artillería 5 de montaña.


En definitiva era una brigada de llanura, montaña y monte que contaba con muy pocos vehículos disponibles para entrar en el tipo de guerra que iniciaríamos.


Además de comprobar que treinta y tres vehículos, incluyendo camiones, camionetas y jeeps, estaban fuera de servicio, tuve que montar un taller mecánico de envergadura, capaz de solucionar los problemas derivados del uso y abuso que se hacía de los rodados en las operaciones contra la guerrilla.


Sin embargo, eso no fue todo, pues se hizo necesario contar también con autos civiles que sirvieran para las tareas de inteligencia y las operaciones no convencionales.


El ERP sabía identificar perfectamente nuestros vehículos verde oliva, pero hubo de desconcertarse cuando ya no eran soldados vestidos de uniforme los que realizaban los controles nocturnos operativos especiales, sino grupos de civil que utilizaban automóviles civiles comunes, imposibles de distinguirse a primera vista.


De esta manera, a través del empleo de tropas escogidas y entrenadas para operativos irregulares, se logró la victoria más importante de cuantas obtuviéronse en el año que permanecí en Tucumán: revertir y transferir el temor de la propia tropa a la subversión, con el agravante, para ésta, que el temor devino terror ante la celeridad, eficiencia y dureza del ejército.


Porque negarlo sería inútil; desde un principio inculqué a mis efectivos la idea de que debían reprimir sin consideraciones toda acción subversiva, viniese de donde viniese y aún cuando en su transcurso se perdiese la vida.


No se me escapaba que modelar un ejército teórico, académico, apegado a tradiciones caballerescas, propias de una guerra convencional, instruyéndolo en el arte de la guerra contrarevolucionaria, donde el honor con el enemigo resultaba suicida, era una labor paciente y difícil.


No obstante, aunque faltaba experiencia, lo cual es lógico, había espíritu en la tropa y el cuerpo de jefes, oficiales y suboficiales.


Una cosa, dejé en claro, y era la relacionada con la responsabilidad por los errores que pudiesen cometerse en este tipo de operativos.


Dije a mis subordinados que el Comandante de la Brigada sería ante las autoridades provinciales, nacionales y municipales, ante la justicia y la propia superioridad el único responsable, pero que no avalaría ni permitiría excesos propios, de soldadesca desenfrenada, contra bienes materiales.


Cuando se requisase una casa, un auto o un departamento se lo haría teniendo en cuenta que nada de lo que allí se encontrase pertenecía al ejército, y que motivo alguno justificaba no dar cuenta a la superioridad de los objetos hallados.


Afortunadamente no tuve que repetir la orden y sólo permití que mis subordinados conservasen "trofeo de guerra" del enemigo -banderas, armas, uniformes, etc., nada más.


El cambio de mentalidad, sin el cual era imposible acometer la empresa con éxito, requería de la colaboración de hombres ya entrenados.


En tal sentido, me fue de inapreciable valor la llegada, una semana antes del "operativo" de un contingente de la Policía Federal, acostumbrada a estas lides pues sobre ella recaía la responsabilidad de la lucha antisubversiva en el país.


Junto al mismo y un haz seleccionado de oficiales, comenzamos a entrenarnos todos los días.


Había pasado el tiempo de losoficinistas, del papeleo y los escritorios y había sonado la hora de las armas.


Se llevaba permanentemente el casco de acero, el arma reglamentaria y una granada siempre lista.


Desde el jefe hasta el último de los conscriptos se iniciaron, sin desmayos, en el arte de la guerra.


Así, a diario practicábase tiro al blanco, lanzamiento de granadas, voladuras de objetivos tácticos, sembrado de minas y por supuesto, prácticas de interrogatorio y manejo y traslado de detenidos.


Si se tiene presente que mi arribo fue el 13 y el "Operativo" comenzó el 9 de febrero, tuve escasos veinticuatro días para realizar una acelerada pero exaustiva instrucción de cuadros y tropa.


El entrenamiento siempre era completado con una serie de charlas sobre la naturaleza y fin de la empresa marxista, que era seguida con entusiasmo por quienes escuchaban a este improvisado conferenciante decirles los rigores que se avecinaban y la forma de enfrentarlos.


Desde ya, ni bien asumí la responsabilidad histórica de vencer o caer derrotado frente al comunismo, comprendí la impostergable necesidad de acomodar, por duro que fuese, nuestros corazones y nuestras mentes a esa guerra.


Eliminé, pues, toda reunión social, suspendí fiestas, prohibí desde ese momento los campeonatos ecuestres y finalmente dejé sin efecto la licencia de los miércoles por la tarde -tradicional en el ejército- y la de los sábados y domingos.


El enemigo no reconocía santuarios ni feriados y de una buena vez debíamos comprender que no estábamos delante de una mesa de operaciones en el Estado Mayor o en un zafarrancho de combate, cargados los FAL con balas de fogueo.


Con enorme pena, pero dando el ejemplo, le dije a mi mujer que volviese a Buenos Aires, aconsejando a mis hombres que en la medida de lo posible, prescindiesen del contacto familiar.


La dureza del consejo -que no quería ser órden- venía impuesta por las características de la lucha y yo no podía, faltándome efectivos, distraer a dos o tres soldados para custodiar a mi señora o a algún familiar.


Nada ni nadie debía entorpecer las funciones militares, ni siquiera los seres más queridos.


En la guerra -y ésta es de las más crueles- el éxito de un soldado depende del comportamiento de su familia, por cuanto si el hogar interfiere en sus actividades castrenses, es imposible que cumpla acabadamente su misión.


En mi caso, decir cuánto le debo a la madre de mis hijos sería imposible, pues de ella nunca escuché una queja a la hora de separarse de mí, sin saber si me volvería a ver en su próxima visita a la capital tucumana.


Ahora bien, al demandar ese supremo esfuerzo por ambas partes y al pedir que las mujeres dejasen a sus maridos, y estos faltasen a su hogar, con los consiguientes problemas, no dejé ni por un momento de ocuparme de aquellas heróicas mujeres que perdieron para siempre a sus esposos, muertos en defensa de Dios y la Patria.


Al comando hube de invitar personalmente a las señoras del Capitán Viola, asesinado en una emboscada el 1o. de diciembre de 1974 y del teniente coronel y del mayor, fallecidos en un accidente aéreo en Tafí del Valle.


Aunque en ocasiones como esa toda palabra suele estar de más, comencé diciéndoles que ellas y sus hijos seguían, desde ya, integrando el núcleo familiar militar y que podían continuar ocupando sus respectivos departamentos en el barrio de oficiales.


Dicho esto, puse a su disposición a uno de mis mejores colaboradores -el Capitán Abba, abogado militar- para que gratuitamente se encargase de tramitar todos los inconvenientes derivados de la suceción u otros que pudiesen presentárseles.


Asimismo, designé a dos oficiales -el teniente coronel González Navarro y el teniente coronel Villafañe, del G1 -como esponsos, y, en el caso de desearlo ellas, me comprometí a gestionarles la adquisición de un núcleo habitacional por medio del plan de viviendas del Banco Hipotecario Nacional.


Como las tres demandaron ese favor, intercedí ante el Mnisterio de Bienestar Social y obtuve una respuesta inmediata, de forma tal que las señoras recibieron sus respectivas casas, además de un subsidio familiar que les permitiese iniciar el pago de las mismas.