miércoles, 24 de agosto de 2011

¡ LARRABURE NO HA MUERTO !

Hace tiempo conocí un lugar lleno de horror sin saber enton­ces que se
con­ver­ti­ría en el ícono sublime del Sol­dado que entrega su vida por la Patria.

Allí en ese agu­jero inmundo que los terro­ris­tas lla­ma­ban “cár­cel del pue­blo” nació la his­to­ria asom­brosa de un hom­bre que no pudie­ron doble­gar
impia­do­sas torturas.

Ago­ta­dos los inhu­ma­nos tor­tu­ra­do­res ante la serena y altiva con­ducta del
pri­sio­nero deci­die­ron poner fin a su vida sin saber que crea­ban una leyenda de honor y gloria.

El des­tino estaba escrito de ante­mano en su nom­bre imbo­rra­ble: Argentino.

Pare­ciera que toda la estirpe de una nación se con­jugó en su inau­dita fuerza moral y sin espada en su mano al enemigo venció.

En ese pozo asfi­xiante, con su salud que­brada enfrentó el cruel cau­ti­ve­rio durante meses, con días inter­mi­na­bles, recor­dando a su fami­lia amada,
gol­peado, pica­neado, recha­zando el cobarde pre­cio de su libertad.

Por sus venas corre la san­gre de San Mar­tín, Bel­grano, Güe­mes, de todos los héroes que die­ron sus vidas por la liber­tad de nues­tro país.

Es su cuerpo el Cristo cru­ci­fi­cado que muere perdonando.

Desde esa pri­sión inmunda va naciendo, como escri­bi­ría des­pués su hijo, un canto a la Patria, parece escu­charse su voz ento­nando nues­tro Himno
Nacio­nal, y el canto se hace sagrado, se mul­ti­plica en miles de voces que nos dicen:

“¡Larra­bure no ha muerto!”

y desde el Altar de la Patria el Coro­nel Argen­tino del Valle Larra­bure responde con voz firme y segura

“¡ Presente!”

Darío