martes, 15 de febrero de 2011

A 36 AÑOS

El combate del Río Pueblo Viejo

El 14 de febrero de 1975 se libró el primer combate en los montes tucumanos entre efectivos del Ejército Argentino y del “Ejército Revolucionario del Pueblo” (ERP).

El hecho tuvo lugar en el contexto de la “Operación Independencia”, un conjunto de acciones militares y cívicas ordenadas por la entonces presidente de la Nación María Estela Martínez de Perón para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, tal el texto del Decreto firmado el 5 de febrero del mismo año.

El Ejército Revolucionario del Pueblo fue creado en 1970 por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) [1], organización de carácter marxista leninista [2] que pretendía la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado en Argentina como parte de un plan más ambicioso que abarcaba toda la región latinoamericana.

El PRT, inspirado en el triunfo de la Revolución cubana, convencido, a la luz de lo que ocurría en la guerra de Vietnam, del inevitable triunfo del socialismo en el mundo, y entusiasmado por las consecuencias del “cordobazo” [3] que significó el principio del fin del gobierno de facto del General Juan Carlos Onganía, entendió que las condiciones para el inicio de la guerra revolucionaria en Argentina estaban dadas. La creación del ERP fue una consecuencia lógica de ese pensamiento.

La llegada de un gobierno constitucional en mayo de 1973 no fue motivo para que el PRT-ERP abandonara la lucha armada.

Solamente apreció una diferencia entre la presidencia de Héctor Cámpora que le resultaba propicia para el fortalecimiento de sus unidades y la de Juan Perón que le sería hostil.

Si bien la revolución cubana inspiraba a los jefes de la organización, la metodología revolucionaria empleada en Argentina fue diferente.

En Cuba se aplicó la teoría “foquista”. Esto es un foco de insurrección armada cuyo centro era el ejército de Fidel Castro que desde sus inicios en Sierra Maestra se fue fortaleciendo para luego avanzar triunfante hasta La Habana.

El PRT-ERP pensó que en Argentina los focos insurreccionales debían ser numerosos, combinando la agitación política con las acciones armadas tanto de pequeños grupos como de unidades militares más grandes.

Las ciudades de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba y Tucumán, y la franja industrial de la costa del Río de la Plata fueron los lugares de mayor actividad del accionar revolucionario.

Desde su creación y hasta el inicio de la Operación Independencia, el ERP ejecutó resonantes operaciones militares como fueron el copamiento del Batallón de Comunicaciones 141 en Córdoba; el ataque al Comando de Sanidad del Ejército en la ciudad de Buenos Aires; el ataque a los cuarteles de Azul, en la provincia de Buenos; la toma de la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos en Villa María, Córdoba y el intento de copamiento del Regimiento de Infantería Aerotransportado 17, en la ciudad de Catamarca, además de un sinnúmero de acciones consideradas menores como el copamiento de localidades, de dependencias policiales, robos, secuestros, asesinatos y atentados.

Pero si bien la organización aplicó en Argentina una metodología revolucionaria que puede considerarse original, la revolución cubana y la guerra de Vietnam siguieron ejerciendo su influjo al punto de intentar emularlas, salvando las distancias, con la apertura de un frente rural en la provincia de Tucumán.

Había otra razón, El FRIP (Frente Revolucionario Indo Popular), una de las organizaciones que dio lugar a la formación del PRT, tuvo sus orígenes en las provincias de Santiago del Estero, de donde provenía Roberto Santucho, su jefe, y de Tucumán.

El FRIP pensaba que la revolución debía nacer en esas zonas rurales. Posteriormente, con la creación del PRT y su tránsito ideológico al marxismo leninismo, se sostuvo que el sujeto de la revolución, su principal artífice, debía ser el proletario con conciencia de clase [4] de las zonas industriales.

No obstante ello, la idea de una guerrilla rural formaba parte de los deseos de no pocos dirigentes de ese partido.

Nació de esa manera la “Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez”, una de las fracciones dependientes del ERP y que operó en la provincia de Tucumán, fundamentalmente al sudoeste de la ciudad de San Miguel de Tucumán, en una zona de cañaverales y monte que se extiende al oeste de la ruta 38 que conduce a Catamarca y sobre la cual se destacan las localidades de Famaillá, Monteros, Concepción y Villa Alberdi.

Esta “compañía” contó con el apoyo que le proporcionaban otros elementos del PRT-ERP que actuaban en la ciudad de Tucumán y con refuerzos que fueron llegando desde otros puntos del país, cuando se hizo necesario cubrir las bajas de combate.

En sus inicios, en febrero de 1974, la “Compañía de Monte” estuvo formada por unos 40 efectivos, cifra que aumentó rápidamente a 70, para llegar en alguna oportunidad a 200.

El primer contingente contó con fusiles FAL obtenidos del copamiento del Batallón de Comunicaciones de Córdoba, “casi un lujo para una guerrilla latinoamericana”. [5]

Ante la presencia guerrillera en la zona, en 1974, el gobierno nacional montó un operativo con efectivos del Ejército y de la Policía Federal que no dio resultados porque el ERP, alertado, se retiró de la zona a marcha forzada.

Tiempo después regresó para tomar la localidad de Acheral y dar a conocer al resto del país el comienzo de la guerrilla rural.

Tras la muerte de Perón, el PRT apreció un pronunciado deterioro del gobierno nacional muy favorable para el sobre dimensionamiento del ejército revolucionario.

La tarea de reclutamiento y ejercitaciones militares prosiguieron durante el año 1974 pero se vieron afectadas por el fracaso del intento de copamientos del Regimiento de Infantería Aerotransportado 17 de Catamarca, en el mes de agosto. Los atacantes pertenecían a la “Compañía de Monte” y en el paraje de Capilla del Rosario sufrieron una decena de bajas lo que provocó su retirada a Tucumán.

No obstante las pérdidas, para febrero de 1975, los efectivos guerrilleros en el monte oscilaban entre los 70 hombres con algunas mujeres (combatientes), sin contar los elementos de apoyo existentes en las localidades próximas y en la ciudad de Tucumán.

La “Operación Independencia” comenzó el 9 de febrero y fue conducida por el General Acdel Vilas, Comandante de la Vta Brigada de Infantería [6].

En su inicio tres Fuerzas de Tareas se asentaron en Lules, Santa Lucía y Los Sosa, tres localidades menores ubicadas sobre un eje paralelo al oeste de la ruta 38 en una zona mayormente de cañaverales, donde comienza el monte y el terreno empieza a elevarse.

El puesto de comando de la Brigada se instaló en Famaillá.

En Los Sosa se ubicó la Fuerza de Tarea “Chañi” que contaba con dos Equipos de Combate (Unos 60 hombres cada uno) formados con efectivos del Grupo de Artillería de Montaña 5 (GAM 5) y del Regimiento de Infantería de Montaña 20 (RIM 20) respectivamente, ambas unidades provenientes de Jujuy.

A los cinco días de iniciada la operación se produjo el combate de Pueblo Viejo en el cual participé y del cual conservo hasta el día de hoy vivamente sus imágenes.

Los Sosa era un caserío -sin policía- ubicado al oeste de la localidad de Monteros, entre los ríos del mismo nombre y Pueblo Viejo que desde las sierras del Aconquija corren hacia el llano.

El 2 de noviembre de 1974, para “el día de las ánimas”, según la denominación que los pobladores daban al día de los difuntos, la “Compañía de Monte” había desfilado impunemente por el pueblo e izado la bandera del ERP (dos franjas horizontales celeste y blanca con una estrella roja en el medio) dejando en claro la existencia de una vasta “zona liberada” en la provincia.

Cuando la Fuerza de Tarea Chañi llegó a Los Sosa comenzó a hacer patrullajes diarios en los alrededores que tenían el doble propósito de reconocer el lugar y adaptar los soldados, muchos de ellos de la puna, a una nueva geografía.

Paralelamente se realizaron otras actividades como censar la población, controlar las existencias de alimentos imperecederos de los almacenes (probables lugar de aprovisionamiento de la guerrilla) y proporcionar asistencia sanitaria a los lugareños.

La Fuerza de Tarea tenía como Base la escuela del pueblo que resultó estrecha para albergar a sus dos Equipos de Combate e inapropiada desde el punto de vista táctico teniendo en cuenta un eventual ataque nocturno.

Por esa razón se decidió que el Equipo de Combate formado por efectivos del Grupo de Artillería 5 (los artilleros operaban como tropa de infantería) debía realizar un reconocimiento en una zona próxima al Río Pueblo Viejo a fin de establecer una segunda Base.

El día 14 de febrero el Equipo de Combate a órdenes del entonces Capitán Jones Tamayo inició una marcha en camiones por la ruta 38 hasta el sur del Río Pueblo Viejo y luego hacia el oeste hasta donde el terreno lo permitió.

La marcha prosiguió a pié por una senda en el monte donde los hombres avanzaron encolumnados.

Formaban el Equipo dos secciones de unos 30 hombres cada una al mando del Subteniente Arias y del Subteniente Martínez Segón respectivamente.

Agregados íbamos el Teniente 1ro Cáceres y yo que éramos infantes y fuimos enviados desde Buenos Aires para completar los cuadros de la Brigada teniendo en cuenta nuestra experiencia en monte en el curso de “comandos” [7]. También iba el Mayor Bidone, segundo jefe de la Fuerza de Tarea, para interiorizarse del lugar probable donde se instalaría la nueva Base.

El ERP fue insistente en el intento de mostrar a los oficiales del ejército como burgueses (en el sentido peyorativo del término) que mandaban los soldados al frente como “carne de cañón”.

Una metodología de propaganda íntimamente relacionada con la guerra revolucionaria.

La circunstancia, agravada por que los soldados estaban en un ambiente y en una circunstancia desconocida hasta el momento, exigió una medida muy clara que desvirtuara la versión.

Se decidió que los oficiales y suboficiales entraran al monte a la cabeza de sus respectivas fracciones, es decir un poco más adelante de lo que marca la doctrina.

La medida tenía una ventaja adicional; al estar el oficial muy adelante no era necesario dar ninguna orden verbal.

Los soldados actuaban atentos a las señales o por simple imitación.

En horas de marcha, el silencio fue casi total a pesar de que eran 60 los hombres que avanzaban por una senda del monte.

Pasado el medio día se llegó a las compuertas del Río Pueblo Viejo.

El nombre del río hace alusión a las cercanas ruinas de Ibatín, el lugar de la primera fundación de la ciudad de Tucumán.

En las compuertas, Jones nos hizo saber que el camino de regreso sería distinto para evitar una posible emboscada en caso de que el enemigo nos hubiera visto pasar.

Regresamos en dirección oeste este por una senda que bordeaba el río, alejándose del mismo de a ratos, en una zona de monte.

Yo iba como jefe de la punta de infantería, la fracción más adelantada.

No era el puesto para un Teniente sino para un Cabo o Cabo 1º pero formaba parte de la decisión que a la mañana se tomó respecto a la ubicación de los cuadros en el orden de marcha.

Mandé como hombre punta al Cabo 1º Orellana, un catamarqueño al que conocía de la Brigada de paracaidistas en Córdoba tres años antes.

Aparentaba tener menor edad y parecía que recién hubiera salido de la Escuela de Suboficiales, pero yo confiaba en él y no me defraudó.

La senda seguía serpenteando; el río se veía crecido por las tormentas del verano. El calor de febrero, y más aún la prudencia, exigían una marcha lenta.
Tuve unos momentos de aprensión al entrar a uno de esos pequeños lugares con que el monte sorprende.

A la derecha de la senda encontré como un arco natural hecho de vegetación que entraba a un pequeño espacio, una especie de habitación formada por una cortina de árboles y maleza que cubrían también el “techo”.

Había menos luz y el suelo estaba muy húmedo.

Puse la rodilla en el suelo, apresté más aún el fusil y empecé a recorrer lentamente con la vista el lugar esperando no tener ninguna sorpresa.

No la hubo y proseguimos la marcha hacia el este, hacia la ruta 38.

La senda se bifurcó en otras dos paralelas.

Eran las cinco de la tarde aproximadamente.

Orellana tomó la derecha y yo la izquierda, más cerca del río. Marchaba con el fusil tomado con las dos manos, como tantas veces se insiste, cuando de repente, a unos 20 metros, vi parado sobre la senda a un guerrillero.

La sorpresa fue mutua, pude ver la de él en su rostro.

Abrí el fuego y él escapó por unos matorrales.

Avancé tirando sobre los mismos a la altura de la cintura y más abajo, buscándolo.

Sobrepasé a alguien que me disparó con una escopeta.

Sentí un fuerte golpe y un dolor en la espalda y caí.

El fusil cayó de mis manos.

Hubo una pausa, un silencio, e inmediatamente empezaron los disparos de uno y otro lado.

Orellana también había caído en la otra senda.

Un disparo de FAL le hizo un surco en la espalda pero sin penetrarlo.

Un guerrillero se levantó para rematarlo pero se le trabó el arma y volvió a su posición.

Cuando volvió a asomarse Orellana disparó.

Desde el suelo grité

¡Cáceres, estoy herido!

Cáceres fue uno de mis instructores en el curso de “comandos”.

En ese momento no nos llevábamos muy bien y lo tenía como un hombre de carácter difícil.

No obstante, durante los pocos días que estuvimos en Los Sosa, salíamos juntos de patrulla y fue naciendo una mutua confianza.

Pensé que me rescatarían cuando el ataque progresara pero Cáceres se lanzó solo al lugar donde estaba caído, en un pequeño claro en el monte.

A pesar del egoísmo de cualquier herido que desea una pronta atención, me pareció que estaba arriesgando demasiado.

Cuando le pregunté

¡¿qué está haciendo?!,

me contestó ¡quedate tranquilo que ya te saco!

En ese momento nos dispararon con un FAL, Cáceres profirió un corto quejido y quedó inmóvil.

Después supe que la bala penetró por el hombro, se desvió en el omóplato y siguió directo al corazón.

No podía moverme y no sentía las piernas.

Vi un guerrillero adelante que me observó pero no me tiró seguramente para no delatar su posición teniendo en cuenta que en ese momento no era un peligro para él.

Estaba más atento a lo que ocurría detrás de mí.

El Subteniente Arias estaba desplegando como podía, en la espesura, su sección y comenzaba a avanzar.

Martínez Segón y sus hombres se tiroteaban a través del rió con una fracción guerrillera más numerosa.

Pensé

¿y si quiere rematarme?

No podía tomar el fusil sin que se diera cuenta.

Lentamente saqué la granada y luego de activarla se la arrojé.

Explotó muy cerca de él pero ya estaba muerto.

Varios disparos de FAL le llegaron antes, eso creo.

Vi como la sección de Arias me sobrepasaba abriendo fuego desde la cadera.

Fugazmente pensé:

¡los soldados andan bien!

Pero volví inmediatamente a mi realidad.

Estaba inmovilizado, me dolía mucho la espalda y me salía sangre de la boca.

No sé cuánto tiempo pasó; los disparos proseguían sin interrupción.

Fui llevado a un puesto de reunión de heridos.

Allí vi a Arias.

Estaba parado inmóvil y le salía sangre del cuello.

Un disparo de escopeta Itaka lo alcanzó pero tuvo la suerte que ningún perdigón penetrara demasiado.

Todavía alcanzó a hacer unos disparos sobre un guerrillero.

También estaba Orellana, sentado y algo encorvado.

Se veía el dolor en su rostro.

El Capitán Jones estaba a nuestro lado tratando de comunicarse con dos helicópteros que se aproximaban.

Si no me sacan en helicóptero no llego, le dije.

En la radio de Jones, que un disparo de la guerrilla le había cortado la antena y que recibía pero no transmitía, se escuchó nítida la voz de un helicopterista que dijo:

“¡Si no hay identificación voy a disparar sobre los que están al sur del río!”.

Los que estábamos al sur éramos nosotros.

La masa del contingente guerrillero estaba al norte, salvo la fracción adelantada que había cruzado y luego de enfrentarse con muestra punta estaba en retirada con bajas.

Jones no pudo comunicarse y el piloto, Capitán Grandinetti, nos disparó dos cohetes.

El segundo explotó cerca en el mismo instante en que Jones lograba comunicarse.

Sentí nuevamente los disparos del helicóptero pero esta vez sobre el lado norte del río.

Jones se veía relativamente calmo dando órdenes a pesar de la presión que se ejercía sobre él.

Grandinetti le había tirado dos cohetes; de sus dos Secciones, que seguían combatiendo, llegaban informes y además los heridos lo mirábamos casi permanentemente esperando alguna señal sobre nuestra evacuación.

Solucionada la comunicación con las aeronaves y en retirada el enemigo, se organizó el rescate de los heridos.

Previamente el Mayor Bidone y el Subteniente Martínez Segón con un grupo de soldados, lograron cruzar el río pero luego de que la correntada los arrastrara muchos metros.

El único lugar donde podía bajar un helicóptero era en el río que, aunque crecido, mostraba un pequeño islote de piedras.

Los guerrilleros que estaban en la margen norte se habían retirado pero no existía la certeza de que el área estuviera totalmente despejada.

Un solo guerrillero que hubiera quedado en la otra orilla podría haber dado cuenta de la máquina. Pero Grandinetti bajó lo mismo y nos rescató.

En ese momento no lo supimos pero nos habíamos enfrentado a la totalidad de la “Compañía de Monte” que se estaba yendo de la zona para que el Ejército cayera en el vacío.

Marchando ellos de norte a sur y nosotros de oeste a este, las posibilidades de que nos encontráramos al mismo tiempo en el cruce de los caminos de marcha eran muy escasas y sin embargo se dio; con tal sorpresa que durante mucho tiempo ambos bandos creyeron que habían sido emboscados por el oponente [8].

La Compañía de Monte” estaba al mando de Hugo Irurzún, nombre de guerra “Capitán Santiago”.

Posteriormente fue herido en el combate de Manchalá, en mayo, y como no tuvo una buena recuperación tuvo que bajar del monte y fue reemplazado [9].

Irurzún decidió replegarse rápidamente siguiendo la doctrina de que la guerrilla no debe empeñarse en un combate que no ha elegido previamente en tiempo y lugar.

No obstante no se fue muy lejos.

Para mí, al llegar al Hospital Militar de la ciudad de Tucumán, el combate de Pueblo Viejo había terminado.

Pero no terminó para el Equipo de Combate. Tiempo después los oficiales me relataron lo que sucedió después de la evacuación de los heridos y los tres muertos (el Teniente 1ro Cáceres y dos guerrilleros cuyos nombre eran Laser y Toledo).

Un helicóptero regresó trayendo al Teniente Iglesias, del RIM 20, que se agregó como reemplazo del Subteniente Arias.

En el lugar del combate se recogieron dos fusiles FAL y un cargador de una pistola ametralladora PAM, arma que habría pertenecido a un tercer guerrillero muerto, conocido como “Carlos”, que cayó herido al río y la correntada se llevó su cuerpo.

Luego del combate un tercio de la munición estaba consumida.

Jones ordenó desarmar las cintas de de las ametralladoras pesadas (MAG) y entregar cinco proyectiles a cada soldado.

Aprestados nuevamente los efectivos, se inició la marcha de regreso.

Estaba oscureciendo cuando en un claro de monte el Subteniente Martínez Segón que se desempeñaba como “punta de infantería” detectó el dispositivo de una emboscada enemiga.

Inmediatamente se batió la zona con disparos reunidos de FAL que los oficiales marcaron con munición “trazante” [10].

Descubierta la emboscada esta perdió su gran efectividad:

la sorpresa.

Los guerrilleros se dieron a la fuga.

El Equipo de Combate continuó la marcha y llegó a la zona donde había dejado los vehículos, a las 23 horas.

Para llegar a Los Sosa la columna de camiones pasó por Monteros, la localidad que está sobre la ruta 38.

Era carnaval.

Los hombres pudieron observar los bailes y escuchar la música.

El mundo seguía andando ajeno a los hechos de violencia y muerte ocurridos no muy lejos de allí.

Al llegar a la Base el Equipo de Combate formó en cuadro a la luz de la luna.

Se rezó por las almas del Teniente 1ro Cáceres y de los otros muertos, y se pidió a Dios por la recuperación de los heridos.

La formación concluyó con un ¡¡Viva la Patria!!

Al día siguiente el Equipo de Combate volvió al monte donde permanecería hasta el mes de julio de 1980.

La Fuerza de Tarea Chañi cambió de nombre y pasó a llamarse “Capitán Cáceres” [11].

Pero ¿Qué pasó con la “Compañía de Monte”?

Probablemente esa noche se reorganizó y prosiguió su marcha hacia el sur, afuera de la zona de operaciones del ejército para que éste “cayera en el vacío”.

Pero el plan del ejército en 1975 era distinto al de 1974.

No tenía previsto retirarse de sus objetivos independientemente de la presencia o no de guerrilleros.

La “Compañía de Monte” no podía estar indefinidamente fuera de la zona donde se estuvo preparando tanto tiempo y que era cara a sus sentimientos revolucionarios.

Volvió y en el transcurso de ese año y el siguiente se produjeron unos cien enfrentamientos, pequeños la mayoría de ellos salvo los de Manchalá y Acheral.

Para fines de 1975 la actividad de la compañía guerrillera era escasa y un año después casi había desaparecido.

El Combate del Río Pueblo Viejo no tuvo una importancia que llegara a modificar la marcha de las operaciones para ninguno de los bandos.

Sí incidió en lo que hace al aspecto espiritual de la aptitud para el combate de los soldados.

La propaganda del ERP fue desvirtuada.

Ningún soldado murió o fue herido en ese enfrentamiento.

Confiando en sus superiores se adaptaron rápidamente al terreno y combatieron con determinación.

El ejército perdió un brillante oficial pero su muerte heroica no fue olvidada y ha quedado como ejemplo de valor y camaradería.

Tucumán también lo recuerda dando su nombre a un pueblo que el ejército construyó en las proximidades del lugar al año siguiente.

En lo estrictamente personal tuve una enseñanza de vida.

El hombre de carácter difícil con el que alguna vez tuve un roce y que alguna vez también despertó mi desconfianza murió en el intento de salvarme.

Él constituye también un pequeño rincón, ignorado para muchos, inolvidable para unos pocos, de la historia argentina.

Rodolfo Richter
Teniente Coronel (R)



miércoles, 9 de febrero de 2011

UN 9 DE FEBRERO SE INICIABA EL OPERATIVO INDEPENDENCIA

Hacen 36 años, el 9 de febrero de 1975, llegaban a Tucumán las tropas del Ejército para combatir la guerrilla.

Ese día, nos sorprendieron a todos los tucumanos cuando nos avisaron que la entonces Presidente María Estela Martínez de Perón, había ordenado a las FFAA “Aniquilar al enemigo”.

De pronto, y sin que nos diéramos cuenta, la provincia se tiñó de uniformes verdes y los helicópteros empezaron a sobrevolar.

Formalmente la guerra había comenzado.

Hay que volver a 1975 para poder comprender la algarabía de los tucumanos que espontáneamente celebraron la llegada del Ejército.

Pensar hoy que alguien festejara una guerra, sería absolutamente irracional, pero por eso es que a las cosas y a los hechos hay que verlos dentro del contexto en el que sucedieron.

Los tucumanos no teníamos paz, no sabíamos si dormíamos con el enemigo, si nuestro compañero de estudio podía estar investigando las rutinas de nuestras familias, si en la fábrica donde trabajábamos alguien nos estaba observando, si el auto que nos esperaba a la salida del colegio no iba a secuestrarnos.

Veíamos sombras por todos lados, se desconfiaba de todo y de todos.

Hasta en las mejores familias hubo casos de “jóvenes idealistas” como les gusta denominarlos a algunos, que habían sufrido un lavado de cerebro o que se habían entusiasmado con la idea de un país socialista.

No sabían que nada los alejaría más de la libertad, de la familia, de la democracia.

Decenas de personas se habían infiltrado ya en la sociedad tucumana y sabían los movimientos de cada uno de nosotros, nadie estaba a salvo, pero no lo sabíamos.

Hasta que comenzaron los ataques irracionales, secuestros, asesinatos, bombas que explotaban aquí y allá y una sensación de inseguridad que nos hizo presos del pánico.

No sabíamos hasta dónde llegarían, por quiénes iban, si mañana nuestros padres, o nuestros hijos o el vecino del frente, serían víctima de algún atentado terrorista.

Decirles que vivimos una pesadilla es poco, creo que estábamos en el infierno.

Y quizás eso explique porqué miles de tucumanos hayamos dado la bienvenida al Ejército con aplausos y vítores, ellos venían a salvar nuestra Patria y a devolvernos la paz.

La Situación de entonces La decisión del marxismo – leninismo de agredir a Argentina destruyendo sus Instituciones y la sociedad en su conjunto, tuvo orígenes diversos, conforme a las organizaciones políticas militares que se organizaron y operaron con el fin de “Conquistar el Estado para imponer un nuevo sistema político y social, “La Patria Socialista”.

En los años 60 fueron apareciendo distintas organizaciones como el Ejército Revolucionario del Pueblo, Ejército de Liberación Nacional y otras que en 1966 se integraron en el partido Revolucionario de los trabajadores (P.R.T.) y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) quien en julio de 1970 declaró oficialmente la guerra contra el Estado y sus Instituciones, contra la sociedad civil y contra todo el que se opusiera a la Política Socialista.

Simultáneamente, se organizaron y empezaron a operar con actos de terrorismo y luego con lucha armada, la Organización Montoneros, cuya aparición oficial se produce con el secuestro y asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu, el 29 de mayo del 70.

Inicialmente Montoneros operó en las grandes ciudades pero luego del “Golpe de Estado” de 1976, pasaron a la clandestinidad e intentaron abrir un frente de apoyo rural al ERP en Tucumán, ése primer intento fue un fracaso ya que allí murió uno de sus cabecillas, el Oficial Montonero “Julio Alzogaray”, hijo del Comandante en Jefe del mismo nombre. Trágico.

Todo este clima de inseguridad impulsó al Gobierno ejercido por María Estela Martínez de Perón y por Italo Argentino Lúder, a dar una respuesta militar - a pesar del Estado de sitio vigente - primero en Tucumán (Operación Independencia) y luego en todo el territorio Nacional.

El Estado de sitio y el estado de guerra por sí solos, conforme lo señala la Constitución Nacional, conculcan los derechos individuales y hacen posibles los allanamientos, detención y procesamientos de personas bajo sospecha cierta de delinquieren cualquiera de sus formas y en especial aquellas relacionadas con el accionar subversivo.

La Guerra en Tucumán La situación política social y económica que vivía la provincia en la que miles de trabajadores habían perdido sus empleos con el cierre de ingenios durante el gobierno de Onganía, más su naturaleza física con montañas y selvas subtropicales, posibilitaron desde el inicio mismo que los grupos guerrilleros se instalaran en las zonas rurales para desde allí ir conquistando las zonas urbanas que además quedaban muy cerca, teniendo en cuenta que Tucumán es la provincia más chica del país.

De ese modo los guerrilleros podían esconderse en el monte tucumano, estar al lado de las zonas rurales muchas de las cuales fueron tomadas por ellos y acceder fácilmente a los centros urbanos para proveerse de alimentos o estar en contacto con la sociedad que no sabía a ciencia cierta, diferenciarlos de un ciudadano común.

“La Operación Independencia” fue entonces la respuesta militar de un Gobierno Constitucional contra las bandas terroristas que ya operaban en masa en las zonas rurales pero que tenían fuerte apoyo logístico en San Miguel de Tucumán.

En Tucumán los actos de la guerra se vivieron y sufrieron con muchísima mayor intensidad que en el resto del país, pues como decimos, acá estaba el centro de operaciones.

En Tucumán ambos bandos, con los errores y horrores propios de todo conflicto armado, dirimieron con las armas y las más variadas tácticas y técnicas de combate de la guerra revolucionaria hasta lograr reestablecer el orden en la provincia y devolver la seguridad a los tucumanos.

Quienes ya en ésa época teníamos conciencia, vivimos de cerca el espanto Sin lugar a dudas que en esta guerra desatada con el único fin de recuperar la República, se cometieron errores, excesos y muertes injustas.

Sucede, lamentablemente, en cualquier guerra.

Y de uno y otro bando quedan familias destruidas, dolores y pérdidas irremediables.

Montoneros, a diferencia del ERP, no utilizaba banderas ni uniformes identificatorios para una mejor mimetización con la población, lo que habían logrado casi a la perfección tanto cualitativa como cuantitativamente.

NO fue nada fácil vivir en Tucumán en esa época, donde cada noche el ulular de las sirenas, las bombas y los gritos, ponían los nervios de punta y parecía “que el alma quería salirse del cuerpo para escapar del infierno” Fueron días y noches enteros de angustias, de no saber si volveríamos a las casas, si encontraríamos la muerte o alguna trampa a la vuelta de la esquina.

La ciudad entera estaba sitiada y todos, sin excepción, expuestos a ser víctimas de algún atentado terrorista.

Concretamente empezamos con los secuestros.

Ya habíamos sido sorprendidos por el secuestro del Coronel Larrabure, que si bien no vivía en Tucumán, hacía nacido en esta tierra.

Por lo tanto era nuestro comprovinciano y en una provincia chica, todos sus familiares eran muy conocidos.

Lo de Larrabure fue cruel, lo humillaron, lo torturaron, lo maltrataron, lo ultrajaron….. fueron matándolo de a pedacitos, sin embargo, después supimos: jamás se doblegó, nunca traicionó sus principios, en todo momento luchó con su mente para mantenerse vivo, para transmitir mensajes de paz, de perdón, de amor.

Larrabure, qué caballero!!!

Dejó como legajo el ejemplo de hombre fuerte, de principios, de héroe, que su hijo supo transmitir y contar con tanta precisión que todos sufrimos minuto a minuto con él, que cada argentino no puede menos que sentirse orgulloso al conocer la manera en que ofreció esa tortura, que buscar la reconciliació n que tanto nos pidió.

Pero ya la sociedad se estremecía al conocer del calvario de Larrabure.

Ni que decirles la tarde en que intentaron secuestrar al industrial azucarero José María Paz, quién venía de Buenos Aires sorpresivamente – todo indica que fue entregado – y en el camino a su casa, una falsa patrulla de control interceptó al taxi en el que se trasladaba a su casa del Ingenio Concepción.

La familia Paz había convenido no pagar rescates para no colaborar con los guerrilleros y el ingeniero Paz, valientemente, se resistió hasta que lo dejaron por muerto.

Ese atentado conmocionó a los tucumanos, se trataba de una persona civil que nada tenía que ver con las FFAA ni con la política y que simplemente estaba al frente de una fábrica azucarera, quizás la más importante del noroeste.

Paz luchó con toda la garra que lo caracterizaba con sus jóvenes 42 años, pero finalmente murió, el 27 de agosto del 74.

Quienes por diversas razones estuvimos presentes en la Capilla del Ingenio, mientras se rezaba su responso, pudimos ver a casi 5000 trabajadores llorando acongojados, tomando conciencia de que en Tucumán se había acabado la paz y….qué coincidencia, se llevaba al fornido ingeniero José María Paz mientras su madre, su viuda, sus cinco hijos y sus hermanos lo despedían con la frente en alto y el orgullo de no haberse doblegado ante el enemigo.

Como si fuera poco, con la grandeza de quienes no sienten odio ni rencor y aceptan ese hecho injusto y miserable como la voluntad de Dios.

Doy mi palabra que mientras lo escribo e imagino la sirena del Ingenio que con toda su potencia en plena zafra le daba la última despedida, vuelven a llenárseme los ojos de lágrimas, recordando ese hecho y esa multitud acongojada.

Muy poco tiempo después, el 1º de diciembre de ese mismo año, el Capitán Viola llegaba un domingo caluroso, a almorzar a la casa de sus padres en pleno centro tucumano.

Iba orgulloso con su señora, María Cristina Picón, que lucía una espléndida panza de su 3º hija, llevando en el auto también a sus dos pequeñas, María Cristina y María Fernanda, de 3 y 5 años que jugueteaban en el asiento trasero, vestidas “de día domingo” y con las ilusiones propias de ésas dos chiquitas que pensaban que en unos días más llegaría el Niñito Dios.

María Cristina, Maby para todos, bajó a abrir el portón de la casa y para horror escuchó los estampidos….una patrulla se cruzó delante del auto del sorprendido Capitán Viola, y por la ventanilla los acribilló a balazos sin ninguna explicación, en el atentado más paradigmático de la crueldad con la que actuaban estos individuos.

La gente salió a la calle, los llantos retumbaban en el pavimento caliente del verano tucumano, Viola murió junto a su pequeña hija Cristinita, mientras Maby desesperada, aturdida, incrédula, sostenía su panza y corría a socorrer a María Fernanda quien estaba gravemente herida.

Pasaron meses de angustia hasta que ella recuperó su vista y empezó a normalizarse, ya entonces había nacido Luciana, quién nunca pudo conocer a su papá,

¿quién puede olvidar ese día trágico?,

¿qué explicación válida hay para acabar así con la vida de una chiquita y dejar a toda una familia destrozada?.

Fueron las cosas que a los tucumanos nos empezaron a hacer reaccionar, a hacer que nos unamos, que pidamos por favor y casi a los gritos que alguien viniera a cuidarnos.

Recién comenzaba enero cuando un grupo de militares que había venido a recorrer la zona en donde se haría el operativo independencia – cosa que supimos después puesto que se manejaba como secreto de Estado – cayó en Tafí del Valle.

¿Cayó, lo bajaron?.

Nunca lo sabremos, lo que sí volvió a golpearnos la muerte y el espanto.

Allí perdieron la vida nada menos que 13 militares, entre ellos dos generales (Salgado y Muñoz), varios Coroneles, Capitanes, oficiales y un soldado.

Esto ya no podía ser.

El 9 de febrero llegaron sigilosamente las Fuerzas Militares.

Y si ustedes logran imaginar todo lo que estábamos viviendo, podrán entonces ser capaces de comprender porqué fueron recibidos con vítores y honores por parte de la sociedad civil.

El primer comandante fue el General Adel Edgardo Vilas y luego se hizo cargo el General Antonio Domingo Bussi, hoy preso en Tucumán, a quien se le encomendó unificar mandatos y asumió simultáneamente como Comandante en Jefe de la V Brigada de Infantería y Gobernador de Tucumán.

Cada uno en su estilo hicieron historia en Tucumán y hoy, 36 años después son reconocidos y queridos por miles de tucumanos.

Cuando fueron cayendo los montoneros veteranos y reemplazando en sus filas `por jóvenes sin experiencia, comenzó a recobrarse la paz y a sentir que finalmente la guerra iba paulatinamente siendo reemplazada por acciones de gobierno, para lo cuál a Bussi se le reconocen dotes de gran organizador y capacidad de trabajo inusual.

Quienes lo quieren a Bussi y quienes no, coinciden todos en que Tucumán brillaba por su orden, su limpieza, su pulcritud.

Fue como sentir que se pasaba del infierno al cielo en el sentido que se había recobrado la paz y que otra vez se podía caminar tranquilo por las calles que encima estaban resplandecientes.

Claro que quedó gente herida y muchos interrogantes.

Y podemos asegurar que nos compadecemos de todos ellos, de todos los que perdieron su hijo, su padre, su hermano, su amigo.

Nadie es quien para juzgar y de ambos lados quedaron un tendal de heridos, sin lugar a dudas.

Pero 36 años después no podemos permitir seguir mirando para atrás buscando culpas y culpables, porque hay que reconocer que Argentina estaba perdiendo el rumbo.

¿Qué hubieron violaciones a los derechos humanos, víctimas inocentes, gruesos errores? , estamos totalmente de acuerdo, pero repetimos hasta el cansancio que eso sucedió para ambos bandos.

No en vano el general Bussi que con sus años y preso en el ex Arsenal pese a que le fue otorgado el arresto domiciliario que todavía nunca logró, ganó 9 de las 11 elecciones en las que se presentó.

Un fenómeno que la gente que estuvo lejos de Tucumán jamás entendió, pero si los 160.000 tucumanos que lo avalaron con su voto y que le permitieron ser Gobernador, diputado Nacional, legislador y hasta ganar las últimas elecciones a Intendente que jamás pudo ocupar porque unos días antes decidieron arrestarlo.

Si logró todo eso fue, en una provincia peronista por naturaleza, como premio a su manera de trabajar, por habernos devuelto la paz junto a su Ejército, porque supo ser un líder y movilizar a la gente.

Pero sin ánimo de juzgar las medidas de los jueces, estamos convencidos que acá algo no funciona bien.

Que no puede ser, no se entiende, que los militares que ya han sido juzgados o incluso amnistiados, vuelvan a ser juzgados otra vez, según la voluntad política del gobierno de turno.

No es posible.

No es posible que mientras los hijos de los guerrilleros muertos hayan recibido cuantiosas indemnizaciones, los hijos de militares o civiles asesinados no hayan tenido la misma recompensa, por llamarle de algún modo ya que ningún dinero les devolverá a ninguno, sus seres queridos.

No es posible que mientras los generales y oficiales que restablecieron el orden y la República, cumpliendo órdenes de un gobierno constitucional estén presos, aún siendo mayores de 70 años (edad tope que establece la Constitución Nacional) y estando gravemente enfermos, psíquica y moralmente, aquellos que iniciaron la lucha desde la clandestinidad o desde dónde fuera, sean condecorados y premiados con altos cargos a nivel nacional, viajes en primera clase y consideraciones especiales.

No es posible argentinos que se siga buscando dividir, que el odio nuevamente haga estragos, que en Francia se diga que en Argentina hubo un segundo Holocausto y que nadie diga nada!!!.

No es posible que mientras desde el Gobierno se homenajee a los muertos por la “represión” se castigue a aquellos que quieren rendir homenaje a sus muertos por la Patria, a los muertos por la subversión.

No es posible que los oficiales asciendan o no en sus grados, de acuerdo no a sus capacidades sino a si fueron parientes de alguien que actuó en la época de la guerrilla ni mucho menos que se suspenda o cesantee a un oficial que decidió ponerse el uniforme para ir a un acto, a un homenaje, pacíficamente organizado.

No es posible que no tengamos la grandeza para perdonar, sabemos que 32 años no son suficientes para olvidar a nuestros seres queridos, pero si deberían serlo para aprender a vivir en paz, buscando una Argentina que crezca y que se destaque como TODOS ESOS MUERTOS, DE UNO U OTRO LADO, HUBIESEN DESEADO.

Desde Periodismo de Verdad estamos convencidos que en Argentina hubo una guerra dura y cruel.

Sabemos, lo hemos vivido, que Tucumán fue el epicentro de la misma. Conocemos lo que es el terror de las bombas, el ruido de los helicópteros sobrevolando, la angustia de no saber quien es tu amigo.

Los tucumanos hemos sido protagonistas, participes, al menos espectadores de este horror.

Por eso nos sentimos hoy, a 36 años del Operativo Independencia, con autoridad para decirles GRACIAS A TODOS AQUELLOS QUE LUCHARON POR DEVOLVERNOS LA PAZ y creemos que el mejor homenaje que podemos rendirles a quienes equivocadamente o no, lucharon por un ideal, así como al que cumpliendo órdenes dio su vida, es invitarlos a todos a darse un abrazo de reconciliación.

Luz García Hamilton
periodista, licenciada
en Comunicación Social

martes, 1 de febrero de 2011

¡¡¡ADIOS A LAS MENTIRAS SETENTISTAS!!!

AGUSTÍN LAJE ARRIGONI no supo conformarse con leer y estudiar la historia de los manuales escolares; más bien prefirió indagar al respecto y escribir su propia versión de lo ocurrido.

De ningún modo pretende un relato inexorable de verdades absolutas, más bien ambiciona celosamente acercarse lo máximo posible a la verdad de los hechos concretos, sin dejarse seducir por mitos absurdos o tergiversaciones alucinógenas.

Ya en otro artículo de "PERIODISMO... para periodistas"

("Jóvenes idealistas y Mitos setentistas") tuvimos ocasión de ilustrar al respecto de las inquietudes que dan origen al desenvolvimiento de este joven escritor e investigador cordobés de sólo 22 años.

"Los mitos setentistas - Mentiras fundamentales sobre la década de los 70" constituye una joya invalorable para todo aquel que se haya cansado de tanto cuento chino y de tanta historia contada a medias.

Es un hecho, pues, que los más repetidos argumentos setentistas no resisten ni el más mínimo poder de análisis, y sucumben al vacío y la vergüenza cual soplido que derriba un castillo de naipes.

Mientras que la mayoría de los escritores e historiadores actuales pierden su tiempo en alquimias humanísticas (verdaderos insultos para la inteligencia humana), y cometen -entre tantos ejemplos- la repetida torpeza de negar que en los 70 hubo una guerra, en tanto que los mismos "idealistas" de aquel entonces eligieron llamar a sus grupos armados nada más y nada menos que como "ejércitos", Agustín Laje Arrigoni simplemente se retrotrae a lo concreto y documentado de los hechos para, en fin, ofrecer un detalle exhaustivo y fehaciente de la parte más discutida de nuestra historia más próxima.

Mientras que el egoísmo y los espurios intereses de siempre se esfuerzan porque la sociedad digiera el absurdo y la mentira como al agua misma, el trabajo de Agustín se consgina a modo de inteligente medicina para esta insulsa época de rara indigestión de ideologías.

La entrevista que nos concedió ambiciona, pues, instituirse no como otra cosa que como un documento inefable al respecto de los ásperos días que tocó vivir a la Argentina en los años 70.

Les aseguro que no hay un solo segundo de desperdicio.

Si, no obstante, después de esta charla quedan dudas, por supuesto que no será nada que no podamos responder en futuras ediciones; si, por contrario, quien escuchare con atención las palabras de Agustín sigue ensimismado en las mismas teorías de siempre, está más que claro que lo mismo ocurre no porque no pueda entender sino porque no "quiera" hacerlo.

Para ellos, entonces, tan sólo una respuesta: Agustín Laje Arrigoni también es un idealista.

Un idealista que trabaja, que estudia, que escribe y que también tiene sueños. Pero en vez de armas y atentados, secuestros, torturas y adiestramientos militares en Cuba, Agustín -con su corta edad- prefiere la luz de la legalidad para su días como asimismo el lente insobornable de la investigación para todas y cada una de sus creencias y afirmaciones.
De más está decir que disfrutarán de la entrevista.


Considerando el difícil año de marcado rigor electoralista que nos espera, en que con seguridad habrá un renovado empeño ideologizador, SE RUEGA ENCARECIDAMENTE por el bien de nuestra Patria difundir esta entrevista. Muchas gracias.

http://www.youtube.com/watch?v=THs144H74yg&feature=player_embedded#